
Catequesis Misionera
Tomar el Evangelio y abrirlo en cualquier página es encontrarnos con la persona de Jesús, es captar la fuerza de su persona, su presencia, su modo de acercarse, de caminar en medio de las multitudes. Es escuchar su Palabra invitando a seguirlo, sus enseñanzas, su mirada, su mano extendida, curando, perdonando... Su vida es invitación a vivir de manera diferente, absolutamente nueva; su incansable ir y venir de un lugar a otro, su manera de conmoverse... Él devuelve a cada ser humano su dignidad: a las mujeres, los pobres, los enfermos, los excluidos... Su modo de partir el pan, de revelar al Padre, de rezar, de entregar su vida...
Cada palabra escrita en el Evangelio nos revela a Jesús, el Hijo de Dios, verdadero Dios, verdadero hombre, una persona que vivió en su tiempo la realidad de cada momento aceptando la voluntad de Dios.
Encuentros que transforman nuestra vida
Raniero Cantalamessa en su libro “Jesucristo el Santo de Dios” se hacía estas preguntas:
“¿Cuál es el objetivo primario de toda evangelización y de toda catequesis? ¿Acaso el de enseñar a los hombres
un número determinado de verdades eternas, o el de transmitir a la generación que viene los valores cristianos?
No. Es llevar a los hombres al encuentro personal con Jesucristo, único salvador, haciéndolos "discípulos" suyos.
El gran mandato de Cristo a los apóstoles suena así: “Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis
discípulos...” (Mt. 28,19)”
“...llevar a los hombres al encuentro personal con Jesucristo...”
Muchos de nosotros sabemos, por experiencia personal, que no ha sido la enseñanza de “las verdades eternas” o “los valores cristianos” los que nos han llevado al encuentro personal con Jesucristo. Jesús se ha manifestado a nosotros a través del testimonio de una persona, de la vida familiar, de una experiencia real y verdadera con Jesús, de un encuentro con su persona que nos ha tocado tanto que podemos decir que hay un antes y un después de ese encuentro. Esta experiencia de la persona de Jesús, que ha sido fundante en nuestra vida de cristianos, es la que gozosamente podemos testimoniar, compartirla con otros.
¡El testimonio de una persona transforma nuestras vidas!
“Al día siguiente, estaba Juan otra vez allí con dos de sus discípulos y, mirando a Jesús que pasaba, dijo: "Este es el Cordero de Dios". Los dos discípulos, al oírlo hablar así, siguieron a Jesús. El se dio vuelta y, viendo que lo seguían, les preguntó: "¿Qué quieren?". Ellos le respondieron: “Rabbí -que traducido significa Maestro- ¿dónde vives?". "Vengan y lo verán", les dijo. Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él ese día. Era alrededor de las cuatro de la tarde.” (Jn. 1,35-39)
Un pasar cercano de Jesús para que nos percatemos de su presencia, al mismo tiempo que aquel que ya lo ha visto, lo conoce, sabe quién es, que se ha encontrado personalmente con Jesús, eleva su voz para hablarnos de Él. ¡Cuántos discípulos de Juan estarían escuchándolo! ¡Cuántos habrían visto pasar a Jesús! Pero el testimonio de Juan no toca a todos, toca a aquellos que están dispuestos a seguirlo... ¿Seguirlo? Sí, ir detrás del Maestro gracias al testimonio, a la mirada de Juan clavada en Jesús, por sus palabras: “Este es el Cordero de Dios”. Lo que debe haber sido la fuerza de su palabra, su postura, su modo de mirarlo, de mirar a los que estaban escuchándolo..., Juan es testigo y mediador, muestra al Mesías, a Aquel a quién sus propios discípulos debían seguir y desaparece, no interfiere en el camino de Jesús. Su mediación humana es perfecta, se hace a un lado, dejando pasar a los que quieren ir detrás del Maestro.
La Iglesia nos envía a ser cristianos como Juan el Bautista. Ser testigos de aquello que hemos visto y oído en nuestro corazón, de todo lo que el Señor ha hecho primero en y con nosotros. La Iglesia nos envía como mediadores: a anunciar, mostrar, testimoniar... llevando a los hombres al encuentro personal con Jesucristo y así, ir desapareciendo, dejando el lugar a Aquel que es el único Salvador.
Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él ese día
Seguimos a Jesús, porque Él pasa delante de nosotros, porque escuchamos la palabra de un testigo... pero ¡no nos alcanza! Necesitamos encontrarnos personalmente con Él, dialogar, que se dé vuelta, y nos diga: "¿Qué quieren?". Pregunta que abre el diálogo con el Maestro, que nos invita a entrar en intimidad, despierta nuestros deseos más profundos de amistad, de conocerlo... ¿Dónde vives?". Y la respuesta del Amigo que es invitación y promesa, "Vengan y lo verán”. Invitación que nos pone nuevamente en camino, que nos lleva más allá... Vengan... pero no especifica a dónde, nos invita a estar con Él... ¡qué importa el dónde!
¿Qué es lo que nos mostrará? Que no tiene casa, ni donde reclinar su cabeza; que seguirlo es dejar todo para que Él sea “todo” en nuestra vida. Esta es su invitación y su promesa: estar con la persona de Jesús, descubrir, de a poco, que todo lo demás es nada, que es incomparable el gozo que nos tiene reservado en este encuentro en un clima de intimidad.
Esta experiencia de Andrés y de Juan es la experiencia de toda mujer y de todo hombre que se encuentra con Jesús. Seguir a Jesús, no es conocer un montón de normas, preceptos, mandamientos... es experimentar que Jesús en persona quiere encontrarse con cada ser humano, que nos dice simplemente: vengan a estar conmigo.
“Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él ese día. Era alrededor de las cuatro de la tarde.” Estar con Jesús, quedarse con él... ya no es el testimonio de otro, es la experiencia personal de estar con Jesús; no son libros, ni estudios es la propia experiencia gracias al testimonio de otro, gracias al pasar de Jesús, a la invitación que nos hizo. Pasar el día con Jesús ¡qué experiencia fuerte debe haber sido que Juan recuerda la hora! Los encuentros significativos, que transforman nuestra existencia quedan grabados a fuego en nuestra memoria, más quedan guardados en lo profundo de nuestro corazón. Encuentro inolvidable con la persona de Jesús.
Lo llevó a donde estaba Jesús
“Uno de los dos que oyeron las palabras de Juan y siguieron a Jesús era Andrés, el hermano de Simón Pedro. Al primero que encontró fue a su propio hermano Simón, y le dijo: "Hemos encontrado al Mesías", que traducido significa Cristo. Entonces lo llevó a donde estaba Jesús. Jesús lo miró y le dijo: "Tú eres Simón, el hijo de Juan: tú te llamarás Cefas", que traducido significa Pedro.” (Jn. 1,40-42)
Esta experiencia personal de Jesús nos colma el corazón, nos quema por dentro, no podemos callarla, nos urge vivirla, testimoniarla, anunciarla a todos. Anuncio que es vida, certeza de que hemos encontrado al Mesías, que hemos estado con Él. Anuncio que nos hace volver a Jesús llevando a otros a que vivan la misma experiencia, la del ser transformados por un encuentro. Cadena inquebrantable de testimonios, de encuentros personales, de experiencia, de vida compartida, de descubrimiento... Experiencia que puede sostener todos los escepticismos, las dudas, los comentarios burlones, los prejuicios; experiencia que no se gasta en argumentar, en convencer, en buscar razones... Experiencia que lleva a invitarlo con las mismas palabras de Jesús: “Ven y verás”
Los hombres y mujeres de nuestro tiempo ya no creemos en las solas palabras...
Los hombres y mujeres del Tercer Milenio queremos ser testigos,
ser nosotros mismos lugar de encuentro,
que nuestras vidas sean el verdadero rostro de Cristo.
Los hombres y mujeres de nuestro tiempo
queremos dar la vida por Cristo, ir desapareciendo
para que la salvación ofrecida por Dios llegue a todos.
EL CATEQUISTA
PERSONA ALCANZADA POR JESÚS
EL CATEQUISTA,
TESTIGO DE DIOS VIVO
¿Jesús una persona viva? ¡Las situaciones que nos tocan vivir, los testimonios de miles de personas nos hablan más de un Dios muerto que de un Dios vivo!
¡Cuántos hombres y mujeres de nuestro tiempo se han quedado con que Jesús es una idea! ¡Cuántos viven su fe pensando y hablando de Jesús solamente como alguien sobre quien se habla, se discute, se esgrimen ideas...! ¡Cuántos lo viven como un personaje de allá lejos y hace tiempo, o alguien a quien unos pocos fanáticos lo siguen! ¡Cuántos viven su experiencia de fe creyendo que Dios está muerto!
Hoy queremos hacer este camino juntos, para poder encontrarnos, como tantos hombres y mujeres, con Jesús vivo, resucitado que sale a nuestro encuentro. Ojalá podamos tener en algún momento de nuestra existencia la posibilidad de relacionarnos con Jesús Vivo: en la Eucaristía, en su Palabra, en cada ser humano, en lo profundo de nuestro corazón, en la Iglesia, en la historia... ¡Sí, que podamos descubrir en nuestra vida al Dios encarnado que vive en medio de nosotros y así poder ser testigos de Dios Vivo!
Tener experiencia de Él...
Como san Pablo... "mientras iba caminando”, (Hch. 9,1ss) se encuentra con Jesús, no porque lo estuviera buscando, sino porque Jesús le sale al encuentro. Jesús se pone delante de Saulo, aunque él ha elegido otro camino, él ha salido de su pueblo con otra meta diferente...Jesús se pone delante de una persona que está enceguecida, en su corazón “respira amenazas de muerte”, su único deseo es encadenar a todos los hombres y mujeres que siguen a Jesús. El Saulo enceguecido por el odio, se ve enceguecido por una luz diferente, por una presencia; Saulo cae en tierra porque el Resucitado está frente a él y le habla: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” Jesús se hace presente y entra en diálogo con él: “¿Quién eres tú, Señor?” Y la respuesta sencilla de Jesús que le dice: “Yo soy Jesús, a quién tú persigues.” Jesús, el Resucitado, el Dios encarnado en los hombres y mujeres que él quería encadenar.
El Saulo enceguecido en el camino tiene un encuentro, una experiencia de Jesús. ¿Será de ahora en adelante la misma persona? Sabemos plenamente que este encuentro transformó la vida de Pablo, la dividió en dos: su vida antes de encontrarse con Jesús y su vida después de esta experiencia.
Sólo porque ha pasado por este encuentro con Jesús resucitado puede ser el instrumento elegido para llevar el nombre de Jesús a todas las naciones; sólo porque ha pasado por esta experiencia de Jesús vivo, escuchado su voz... puede padecer en nombre de Jesús.
El Resucitado está en medio de nosotros
El Resucitado que se acercó a las mujeres y les dijo: “Alégrense”; Aquel que dejó que las mujeres se abrazaran a sus pies y les dijo: “No teman”. El mismo Jesús Resucitado que acompañó en el camino a los discípulos de Emaús e hizo arder sus corazones; Aquel que estuvo en medio del temor de los apóstoles y les permitió tocar sus heridas. El mismo Jesús Resucitado que llamó a María por su nombre y dialoga con ella en medio de su dolor; Aquel que hace sobreabundante la pesca de un grupo de pescadores desanimados... Ese mismo que le hace exclamar: ¡Es el Señor! Es quien sale a nuestro encuentro en los acontecimientos de nuestra vida hoy. Sí, Jesús Resucitado está en medio de nosotros y gracias a ello podemos tener experiencia de Él... Nuestro Dios está vivo, está encarnado, y por lo tanto no puede ser una idea, es una persona y una persona viva. La clave está en que cuando Él se pone delante de nosotros en el camino de la vida, sepamos verlo, entrar en diálogo con Él. Entrar en intimidad con su persona como lo haríamos con una persona querida, con un amigo. Nada de conceptos ni de ideas, un conocimiento directo, personal...una experiencia de encuentro como es la experiencia del amor de hijo, de hermano, de amigo. Es la vida la que nos va diciendo quién es el otro, quién soy yo al relacionarme con él, que lugar ocupa en mi vida y como voy creciendo gracias a este encuentro. Con Jesús es igual, es en esta experiencia vital donde Él se me va revelando, se muestra y en este encuentro de amor se abre para nosotros la gran posibilidad: podemos entregarnos, relacionarnos con un Dios Vivo que habita en medio de nosotros. ¡Ya no somos los mismos! Este encuentro transforma nuestra vida.
Un Dios empequeñecido no es Dios
Sabemos por experiencia que al relacionarnos con Dios como si fuera una “idea” no le estamos dejando llegar a nuestro corazón, lo estamos encerrando en nuestra mente, en el mundo de las ideas. Y es ahí donde empezamos a jugar con Dios, lo sentamos una y otra vez en el banquillo de los acusados y hacemos de abogado cuestionándole todo, echándole las culpas de todo lo que sucede en nuestra vida. Idea, que al no estar sostenida por la experiencia de Dios, cambia movida por el viento, por las modas o por lo que la mayoría piensa... Ideas que no tocan el corazón, que no nos comprometen, que no transforman la vida, que no se juegan a poner las manos en acción...Idea de Dios que no nos permite amar a todos los hombres como hermanos, idea de Dios que no nos deja construir un mundo más justo, más fraterno, idea de Dios que se queda muda frente al dolor humano o frente a lo inexplicable...Este Dios que ha quedado encerrado en nuestras ideas ha dejado de ser Dios.
Los hombres y mujeres de este tiempo adoramos a un dios empequeñecido, atrapado en una idea, en una mente humana. Creemos y anunciamos, muchas veces, un Dios que nada tiene que ver con el Dios de la revelación!!! Que nada tiene que ver con el Dios Vivo que nos habita en el sagrario, en cada ser humano y en lo más profundo de nuestro corazón!!!
Miremos nuestra vida junto a Raniero Cantalamessa cuando en su libro “Jesucristo el Santo de Dios” nos dice:
“Cuando el amor del Salvador no deja entrever en nosotros nada extraordinario, es signo de que hemos
encontrado sólo voces que hablan de él; no a él. Si el anuncio que hacemos de Cristo no zarandea
a nadie; si es repetitivo y carente de entusiasmo, es señal de que hasta ahora hemos oído
sólo voces que hablan de él. No lo hemos oído a él.”
Texto que golpea nuestro corazón, que nos invita a detenernos: ¿Desde dónde estamos viviendo nuestra experiencia de fe? ¿Desde dónde estamos hablando? ¿Desde dónde estamos anunciando la Buena Nueva? ¿Desde las “voces” o desde Su Voz? ¿Desde la distancia o desde el encuentro? ¿Desde las “ideas” o desde la experiencia”?
Que el Señor nos regale la experiencia de Job, y así llegar a responderle diciendo:
“Yo te conocía sólo de oídas,
pero ahora te han visto mis ojos” (Job 42,5)